Cuando Dios diga

Publicado el 1 de junio de 2025, 13:47

Cuando Dios diga

Su respiración era agitada; podía oír los fuertes latidos de su corazón desbocados mientras el cañón de la pistola le quemaba los pelos de la sien. Apretaba los dientes mientras dos lágrimas caían por sus mejillas. Gemía. El inspector Arturo Caballero Blanco le susurró: “Esto te pasa por maricón”. Apretó el gatillo, y mató a José Luis en plena calle.

 

 

28 años atrás…

 

En la empobrecida Granada de los años treinta, nació José Luis. Él llevó la alegría a su casa en tiempos de inconformismo y rabia. Tenía dotes de cantaor y de bailaor. Con la radio a muy bajo volumen, ya a los cinco años, les taconeaba a todos los vecinos. El tal José Luis era famoso y aplaudido de noche, pero de día fingían no conocerlo, a fin de protegerlo de los grises. En el treinta y seis, explotó la Guerra Civil, y muchos hombres apuntaron sus nombres en las listas para ir a combatir, “por el bien de la Patria”. 

 

José Luis no entendía ni media, solo que la guerra era mala. Su madre lloró cuando su padre se fue a combatir. Ella era una mujer fuerte, de la tierra, trabajadora. “Laura” era su nombre. Parte de la llama de su alegría murió con su marido en el frente. Ella y su hijo, como muchas otras familias, descubrieron la cruenta frialdad de la guerra, y se hundieron en la más mísera pobreza. Eran esclavos sin grilletes, que trabajaban para los señoritos, quienes les pagaban muy poco. 

 

José Luis se hizo fuerte de tanto laborar en el campo; plantaba patatas, o hacía cualquier otro trabajo que le ordenasen. Rara vez iba al colegio (una cruz que su madre arrastraba), porque debía ayudar en su casa en todo lo que pudiera. 

 

Un día, al volver del campo, su madre le comunicó que se irían a Barcelona.

 

—¿Está muy lejos Barcelona, madre? —le preguntó, ignorante.

 

—Mucho. ¿Ves el sol?, pues una cosa así. —Su hijo, tragando saliva, preparó el equipaje, mientras su madre sonreía entre lágrimas—. Eso es, hijo, no temas… nunca temas.

 

Llegaron a Barcelona. Laura andaba corta de dineros, por lo cual alquilaron un piso en el Barrio Chino, lo justo para dos personas.

 

⁕⁕⁕

 

—Mamá, hace tiempo que acabó la guerra. ¿Cuándo estaremos en paz

—Cuando Dios diga… hijo mío. Pero a ti ¡ni se te ocurra meterte en política! ¡Mira adónde la llevó tu padre: a tener un balazo en la cara!

Todas las noches, Laura, que había encontrado trabajo en una empresa importante, la Hispano Olivetti, se dormía, acunada por el canto del artista. Pronto entró José Luis (como manitas) a la misma empresa, donde causó asombro por su velocidad al poner los tornillos. Todas las noches, le cantaba a su madre pero, durante una de estas, dos policías grises pasaron por debajo de la ventana, y dieron parte de lo que observaron.

Un inspector muy hambriento por castigar al humano que desafiase al régimen cogió el recado, fue a la noche siguiente y le habló “amablemente” al dueño del hostal:

—Buenas noches. Soy Arturo Caballero Blanco, de la Policía Político-Social. Le haré solo una pregunta. Si creo que me miente, le cierro el chiringuito, ¿entendido?

—Entendido, pregunte… —aceptó más que angustiado el dueño, calvo, con una pata de palo que, seguramente, reemplazaba a una pierna perdida en la guerra.

—¿Dónde está el cantante flamenco?

Hablaban madre e hijo tranquilamente cuando entraron de golpe el inspector, más dos agentes grises. Se sorprendió al ver a un chico tan joven, así que, por su mente, le pasó la idea de razonar con él. Su madre intentó disculparlo, pero el inspector la golpeó con su puño enguantado.

—¡Cállate, puta!… Niño, escúchame: no puedes cantar cuando te venga en gana, aunque tengas la voz de Sinatra. El Generalísimo no lo permite, ¿entiendes? Si vuelves a hacerlo, tendré que matarte, ¿comprendido? Ya no me tengo que preocupar por ti ¿verdad?… ¡responde, hostias!

—No, señor. 

Así fue durante mucho tiempo… años. En vez de cantar, hablaban y hablaban durante horas y lo pasaban fantásticamente. En el trabajo, escalaba puestos muy rápido (eran buenos tiempos). Al cumplir veintiocho, empezó a relacionarse con prostitutas y con homosexuales, en sus escondites en el Barrio Chino. 

Un buen día, José Luis murió en el empedrado de aquel barrio, que inundó de sangre. Pero, antes le clavó una pluma en el cuello a Arturo, y los dos murieron mirándose.

 

 

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